Carl Schmitt sobre la Tiranía de los Valores

Gerrit van Honthorst, Croesus and Solon, 1624 [1]

Gerrit van Honthorst, Croesus y Solon, 1624

2,271 words

English original here [2]

Los dos ensayos de Carl Schmitt sobre “La Tiranía de los Valores” (1959 [3] y 1967 [4]) son típicos de su trabajo. Contienen simples e iluminadoras ideas las cuales, sin embargo, son complicadas de poner en conjunto porque Schmitt las presenta sólo a través de conversaciones complejas con otros pensadores y escuelas de pensamiento. En estos ensayos, el objetivo de Schmitt es el “moralismo”, el cual se reduce a hacer cosas malas pensado que se están haciendo buenas.

Schmitt es enemigo del moralismo político porque él piensa que tiene consecuencias profundamente inmorales, es decir que crea una gran cantidad de conflicto y sufrimiento innecesarios. Schmitt defiende que un realismo político algo amoral porque piensa que sus consecuencias son fehacientemente morales, en tanto que reduce el conflicto y el sufrimiento.

Para Schmitt, uno de los grandes logros del hombre europeo fue ponerle leyes a la guerra. [5] Schmitt llama a esto guerra de “corchetes”. Las guerras tenían que ser legalmente declaradas. Tenían que ser peleadas entre combatientes uniformados y mostrar sus armas abiertamente, eran sujetos a comandantes responsables, y se adherían a las reglas de guerra. Los no combatientes y su propiedad eran protegidos. Prisioneros eran tomados. Los lastimados cuidados. Las organizaciones neutrales humanitarias respetadas. Y las guerras podían ser concluidas mediante tratados de paz, debido a que los objetivos de la guerra eran limitados, y los enemigos y sus líderes no eran criminalizados o proscriptos, sino reconocidos como líderes de pueblos soberanos con los cuales uno podía tratar.

Schmitt deja en claro que las reglas para la guerra son algo diferentes de la teoría cristiana de la “guerra justa”. Llevar la moralidad o la justicia hacia la guerra en realidad amplifica los conflictos en lugar de moderarlos. Efectivamente, las reglas clásicas de la guerra eran bastante cínicas sobre la moralidad y la justicia. Las guerras podían ser lanzadas por el más crudo egoísmo, pero podían ser terminadas por el más crudo egoísmo también. Los líderes no pudieron haber sido lo suficientemente buenos para evitar guerras, pero tampoco eran lo suficientemente malos como para llevar a su destrucción total. Todas las partes reconocían que, si eran lo suficientemente sabandijas para hacer la guerra, eran lo suficientemente decentes para hacer la paz. Pero al limitar la intensidad y la duración de las guerras, este cinismo termino sirviendo a un bien superior.

Por supuesto que la idea de la “guerra de corchetes” tiene sus límites. No se aplicó en guerras civiles o revoluciones, debido a que ambas partes niegan la legitimidad o soberanía del otro. Tampoco se aplicó en las guerras coloniales o anti-coloniales, principalmente peleadas contra los no-blancos, y el barbarismo lanzado sobre el trato de los colonizadores europeos rivales. Además, dentro de Europa misma, el ideal de la guerra de comillas era a menudo violado. Pero la cosa remarcable no es que este ideal fuera violado –lo cual es meramente humano- sino que fuera sostenido en primer lugar.

Si, sin embargo, la guerra es moralizada, entonces nuestro lugar debe ser los buenos y su lugar deben ser los malos. Debido a que la realidad pocas veces es negra o blanca, la primera necesidad para hacer moral a la guerra es mentir sobre uno y sobre el enemigo. Uno debe demonizar al enemigo mientras que pinta a su propio equipo como inocentes y angelicales víctimas de una agresión. Esto es particularmente necesario en las democracias liberales, las cuales deben movilizar a las masas en la base de una propaganda moralizante. En un mundo caído, los moralistas son mentirosos.

Pero la convicción de que uno es inocente y el enemigo es malvado licencia la intensidad del conflicto, puesto a que todas las reglas de la guerra de comillas ahora parecen ser compromisos con el mal.

Además, incluso si una paz negociada es la forma más rápida y humana de terminar una guerra, si el enemigo es el mal, ¿cómo podemos cerrar un trato con ellos? ¿cómo podemos aceptar algo menos que la rendición completa e incondicional, incluso cuando esto sólo puede aumentar la resistencia del enemigo, prolongar el conflicto, e incrementar el sufrimiento para todas las partes?

La guerra puede ser moralizada por objetivos seculares o religiosos. Pero si uno pelea en el nombre de Cristo, Mohammed, o en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, el resultado es un conflicto y sufrimiento intensificado y prolongado.

El moralismo, sin embargo, es destructivo en el plano político entero, no sólo en la guerra (que es meramente política por otros medios). En “La Tiranía de los Valores”, Schmitt está preocupado con la inyección de moralidad dentro del reino legal. Pero debemos entender que Schmitt no se opone a la moralización de la ley porque él piensa que la ley debe ser amoral o inmoral. En su lugar, Schmitt piensa que la ley es ya lo suficientemente moral, en tanto que es capaz de reducir el conflicto en la sociedad. Schmitt se opone a la introducción de la teoría de valor a la ley porque piensa que eso incrementará el conflicto social, haciendo así a la ley menos moral.

El argumento de Schmitt es más claro en la versión de 1959, la cual fue una charla dada a una audiencia de alrededor de 40 teóricos legales, filósofos y teólogos el 23 de octubre. En la villa de Ebrach, Baviera. Luego, Schmitt mandó a imprimir 200 copias para distribuirla entre amigos y colegas.

Schmitt señala que la teoría de valor surgió al final del siglo XIX como una respuesta a la amenaza del nihilismo. Hasta ese momento, la filosofía moral, la política y el derecho se había logrado manejar a través del fango sin la necesidad de una teoría de valor. Pero cuando la posibilidad del nihilismo surgió, pareció necesario poner los valores en fundamentos firmes. Los tres teóricos principales que Schmitt discute son el sociólogo Max Weber (1864-1920), quien sostiene que los valores son subjetivos, el filósofo Nicolai Hartmann (1882-1950) y Max Scheler (1874-1928), quienes defendían la idea de valores objetivos.

Aunque mucha gente cree que el relativismo lleva hacia la tolerancia, Schmitt entendió que el relativismo lleva al conflicto:

La libertad puramente subjetiva de establecer valores, sin embargo, conduce a una lucha eterna de valores e ideologías, a una guerra de todos contra todos, a una perpetua bellum omnium contra omnes, comparada con la cual, la antigua bellum omnia contra omnes e incluso el sangriento estado natural, que describe Thomas Hobbes en su Filosofía del Estado, resultan verdaderos idilios. Los antiguos dioses salen de sus tumbas y siguen con su antigua lucha, pero desencantados y –como tenemos que añadir hoy día– con nuevos medios de guerra, que ya no son armas, sino abominables medios de destrucción y procedimientos de exterminación, productos horribles de una ciencia libre de valores y de una industria y una técnica servidas por ella. Lo que para uno es el diablo, para el otro es Dios. …Siempre son los valores quienes atizan la lucha y mantienen la enemistad.

Pero Schmitt argumenta que los valores objetivos no son la solución a los conflictos creados por la subjetividad de valores:

¿Eliminaron los nuevos valores objetivos la pesadilla que nos provoca la descripción que hace Max Weber de la lucha entre valorizaciones?

No lo hicieron ni pueden hacerlo. Al pretender un carácter objetivo de los valores que establecieron, no hicieron otra cosa que introducir un nuevo momento de agresividad en la lucha de las valorizaciones, sin aumentar lo más mínimo la evidencia objetiva, para los que piensan de manera distinta.

La teoría subjetiva de los valores no se superó. No se consiguen valores objetivos simplemente con el truco de velar los sujetos. Y silenciar quiénes son los portadores de valores cuyos intereses suministran puntos de vista, puntos visuales y puntos de ataque del valor. Nadie puede valorizar sin desvalorizar, revalorizar o explotar. Quien establece valores se distancia automáticamente de otras actitudes que suponen falta de valores. La neutralidad y tolerancia ilimitada de los puntos de vista y puntos visuales voluntariamente intercambiables se convierte inmediatamente en su contrario; en enemistad cuando se trata de hacerlos valer e imponerlos concretamente. El afán que tiene el valor de imponerse es irresistible, y la lucha de valorizadores, desvalorizadores, revalorizadores e implementadores es inevitable.

Un pensador de valores objetivos, para quien los valores superiores representan la existencia física de los seres humanos, respectivamente, está dispuesto a hacer uso de medios destructivos disponibles por la ciencia moderna y la tecnología, en orden de ganar la aceptación de esos valores superiores… Así, la lucha entre el valorizador y el desvalorizador termina, en ambos lados, con el sonido del tremendo Pereat Mundus [el mundo termina].

Schmitt señala que la teoría de valores objetivos debe concebir a todas las teorías contrarias como falsas y malvadas y debe luchar para superarlas, entonces prologando en lugar de reducir el conflicto social. Este es el significado de “la tiranía de los valores”. Una vez que los fundamentos de los valores han sido desafiados, el conflicto es inevitable, y el conflicto es prologando tanto por los conservadores de los valores objetivos como sus atacantes subjetivistas: “Todas las proposiciones de Max Scheler permiten que el mal regrese por mal, y de esa forma, transformar a nuestro planeta en un infierno que se transforma en paraíso por valor”.

Entonces, ¿cuál es la solución de Schmitt? Primero él ofrece una analogía entre las formas Platónicas y los valores morales. Las formas platónicas, como los valores morales, no pueden ser comprendidos sin “mediación”:

La idea requiere mediación: cuando sea que aparezca de forma desnuda y directa o de automático logro, allí está el terror, y la mala fortuna es increíble. Por lo que importa, lo que hoy es llamado valor debe comprender la correspondiente verdad automáticamente. Uno debe tener en mente, siempre y cuando uno se quiera aferrar a la categoría de “valor”. La idea necesita mediación, pero el valor demanda mucho más de esa mediación.

Recuerden que Schmitt se está dirigiendo a teóricos legales. Su recomendación es que abandonen la teoría de valor, el cual es un intento de atrapar y aplicar valores inmediatamente y los cuales sólo pueden disolver a la civilización en conflicto. Él recomienda en su lugar que regresen y busquen preservar la existente tradición legal, la cual media y humaniza los valores.

En una comunidad, la constitución provee un legislador y una ley, es preocupación del legislador de las leyes dadas por él el afirmar la mediación a través de reglas comprensibles y calculables para prevenir el terror de la promulgación de valores directos y automáticos. Este es un problema muy complicado, efectivamente. Uno puede entender porque los dadores de ley a lo largo de toda la historia, desde Licurgo hasta Solón y Napoleón han sido transformados en figuras míticas. En las naciones altamente industrializadas de nuestra era, con sus provisiones para la organización de las vidas de las masas, la mediación haría surgir un nuevo problema. Bajo las circunstancias, no hay espacio para el dador de ley, y así que no hay sustito para él.  A lo mejor, hay tan sólo un parche temporal que tarde o temprano se transformará en un chivo expiatorio, debido al rol poco agradecido que le tocó jugar.

A lo que Schmitt se refiere oblicuamente como “parche” en la ausencia de un legislador sabio es la simple existencia de la tradición de jurisprudencia. Esta tradición legal parecería infundada desde el punto de vista de los teóricos del valor. Pero sin embargo ayuda a mediar los conflictos y reducir la enemistad, los cuales son resultados morales beneficiosos, y en los ojos de Schmitt, este es terreno suficiente para prevenirlo y realzarlo.

En la versión expandida de 1967 las ya vagas líneas del argumento de Schmitt se ven más oscuridad cuando una horquilla cambia la dialéctica. Pero la distinción crucial entre teoría de valor abstracta y tradiciones legales concretas es algo aclarada. Mis comentarios están entre paréntesis:

La promulgación no mediada de valores (basados en la teoría del valor) destruye la significativa implementación jurídica que puede tomar sólo lugar en formas concretas, sobre la base de unas sentencias firmes y decisiones claras (tradiciones legales). Es un error desastroso hacer creer que los bienes e intereses, objetivos de ideales aquí en cuestión pueden ser salvador a través de su “valorización” (los fundamentos proveídos por la teoría del valor) en circunstancias del cientificismo moderno libre de valor. Los valores y la teoría del valor no tienen la capacidad de tener cualquier buena legitimidad (no proveen los fundamentos para la jurisprudencia); lo que pueden siempre hacer es sólo valorar. (y la valuación implica devaluación, lo cual implica conflicto).

La distinción entre hecho y ley, factum y jus, la identificación de las circunstancias de un caso, por un lado, descubrimiento judicial, apreciación, peso y decisión, por el otro, las discrepancias en los informes y en los votos, los hechos del caso y las razones para la decisión, todo lo que hace mucho es familiar a los abogados. La práctica legal y la teoría legal han trabajado durante miles de años con medidas y estándares, posiciones y negaciones, reconocimientos y rechazos.

La tradición legal está fundada sobre miles de años de resoluciones de problemas y resoluciones de conflictos. No necesita otro fundamento. La teoría del valor no suma nada a la ley, y tiene el potencial de substraer mucho al incrementar el conflicto social y la miseria. “La Tiranía de Valores” de Schmitt que hace presente en sus ensayos cae, por lo tanto, en la tradición escéptica de la teoría social conservadora fundada por David Hume, el cual argumenta que las tradiciones sociales evolucionadas son a menudo más sabías que los teóricos que ofrecen críticas racionales –o fundamentos racionales.