Raza: El Primer Principio

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Traducido por A. Garrido.

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Es un truco común para los oponentes del Nacionalismo Blanco, incluso oponentes simpatizantes, acusar que “la raza no es suficiente” para construir una sociedad. Esto olvida lo central. Por su puesto que la “blanquedad” de por sí no resuelve todos los problemas – a pesar de que una sociedad únicamente compuesta por incluso los más degradados elementos de nuestra propia gente, sería mucho más preferible a la actual vergüenza que llamamos país.

La raza es superior a cualquier otro principio fundacional, incluyendo la religión, ideología, o economía como la base de una sociedad. Un sofisticado entendimiento de la raza es de por sí suficiente para asegurar la supervivencia y perpetuación de una sociedad. Al final, ésta es la única prueba que realmente importa.

En el más básico nivel, la existencia física de un pueblo tiene que ser garantizada antes de que cualquier otra cosa pueda ser considerada. Recesión económica, ocupación militar, enfermedad, y represión política pueden pasar con el tiempo – todo es temporal si el pueblo permanece intacto. Como la AWB de Sudáfrica [3] escribió en sus principios fundacionales, “Mientras la raza permanezca biológicamente pura, la posibilidad y probabilidad de renacimiento y resistencia siempre está ahí”.

La raza es el bloque de construcción clave de cualquier comunidad real y por lejos la más significativa agrupación a la cual podemos dar nuestra lealtad. Sabemos que la similitud genética y patrones de parentesco afectan nuestro comportamiento todos los días, incluso de formas que no esperamos. Sabemos que los niños son racialmente concientes [4] tan temprano como a los nueve meses. Sabemos [5] que la gente es más saludable en sociedades étnicamente homogéneas. Sabemos que la diversidad destruye la confianza social [6], con el tiempo, incluso entre los miembros de un mismo grupo étnico. Los antiguos sabían esto, y la ciencia moderna lo confirma.

Los frenéticos esfuerzos de nuestra sociedad por escapar de estas verdades nos ofrecen la farsa que pasa por un debate público en una democracia multiétnica, cuando las principales revistas pueden publicar intensas historias de portada como “¿Es tu bebé racista?” [7] sin ironía. Creamos completos sistemas sociales e ideologías que contradicen nuestros más básicos instintos, y nos preguntamos por qué el mundo parece haber perdido la cabeza.

La raza es el fundamento oculto de los pretendidos pilares de la sociedad y la moral. La religión es el ejemplo más obvio. Católicos Haitianos, Franceses y Chinos, todos sometidos al Magisterio, pero sería tonto hablar de ellos como pertenecientes a la misma “religión” en cualquier sentido significativo o compartiendo la misma experiencia de lo divino. El conocimiento de un pueblo sobre los dioses, la relación entre la fe y el Estado, y la práctica del culto se deben más a las tradiciones arraigadas en lo profundo de un pueblo que a cualquier credo definido. Como James Russell describió en The Germanization of Early Medieval Christianity, “la conversión es tanto proceso de negociación como conquista, con el pueblo indígena transformando el credo, incluso mientras los cambia”. Estas expresiones pueden tener sus raíces en los genes mismos, algo incluso más primordial que miles de años de historia.

El problema es que en ausencia de raza y una conciencia popular, la fe se vuelve un alienante, incluso una fuerza hostil contra su propia gente.

Atestiguan devotos musulmanes destruyendo invaluables santuarios islámicos sobre la base de que son desviaciones del “verdadero” Islam, los puritanos de Cromwell prohibiendo el festival “pagano” de Navidad, o judíos ortodoxos negándose a defender Israel, prefiriendo estudiar la Torah todo el día y vivir a costa de beneficencia. En Estados Unidos, a nivel del suelo, no existe fuerza más poderosa en los esfuerzos por desposeer a los estadounidenses blancos mediante inmigración masiva no-blanca, que las iglesias cristianas, con la posible excepción del propio gobierno. Por supuesto, en ausencia de su núcleo poblacional y lazos culturales, estas mismas iglesias (especialmente las confesiones protestantes tradicionales) se marchitan y mueren. Después de todo, ¿Qué otro impacto real tiene el Luteranismo como credo hoy en día, que infligirnos con más somalíes?

Este proceso alienador es casi inevitable cuando los impulsos que permiten la existencia colectiva continua chocan con principios morales suicidas. En la medida que una religión universalista sobrevive en medio de un pueblo, sobrevive mediante la hipocresía.

La ideología política es otra pista falsa. Una comparación entre el Norte y el Sur de Corea debería ser suficiente para probar que la ideología importa. Sin embargo, incluso en Corea del Norte, es una ideología de nacionalismo racial apenas encubierta que sirve como soporte indispensable para lo que de otra manera sería un sistema condenado. En las democracias multiculturales, reiterados estudios muestran que los votantes no están dispuestos a apoyar programas de bienestar  social si son percibidos como apoyo para grupos extranjeros [8]. No es coincidencia que el conservadurismo estadounidense se caracterice por calcular el resentimiento blanco contra los beneficiarios no-blancos de asistencia social – aunque los conservadores se apresurarán en explicar que “no tiene nada que ver con raza”. Como Lee Kuan Yew de Singapur dijo [9], “En sociedades multirraciales, no votas de acuerdo con tus intereses económicos y sociales, votas de acuerdo a raza y religión”.

Por supuesto, la característica definitoria de la era moderna es el economicismo, la reducción de toda interacción humana a lo puramente monetario. Fue Marx quien resaltó primero este aspecto reduccionista del capitalismo, la destrucción [10] del orden social tradicional. Mientras Marx se burlaba con que esto era simplemente el despojo de los sentimientos, los liberales de hoy (clásicos u otros) omiten completamente el trasfondo de desesperación y tragedia. En lugar de ello, proclaman ser sui generis, renunciando orgullosamente  a cualquier compromiso no elegido con la familia, raza, religión, nación, o moral. En el nuevo mundo, sólo importa lo que una persona puede crear en términos monetarios.

Un mundo así se refuta a sí mismo. El moderno Estados Unidos consumista de depresivos habitantes drogadictos, frenéticamente en celo e intoxicándose a si mismos para evitar el suicidio es casi una Galt Gulch [11] de superhombres liberados.

No vale la pena defender una cultura degradada, familias rotas, y un mercado floreciente que trafica miseria humana. Es una vida de sinsentido consumado.

Sin embargo, la premisa económica falla incluso en sus propios términos. Incluso un vistazo casual alrededor del Mundo Occidental revela el masivo fraude financiero y manipulación requeridos para mantener el sistema cojeando. En términos económicos reales, la calidad de vida no ha sido aumentada en décadas, incluso en medio del dramático progreso tecnológico.

Un verdadero libertario podría objetar que todo esto se debe porque no tenemos un “verdadero” capitalismo, el ideal desconocido. La ausencia de toda sociedad “verdaderamente” libre en toda la historia de la humanidad que cumpla sus estándares parecería sugerir que de hecho esta fantástica ideología no tiene mucho fundamento. Uno no puede simplemente asumir una conclusión postulando una utopía abstracta y luego desear que el mundo real deje de existir.

Pero incluso si desestimamos la objeción de practicidad, el libertarismo falla en sus propios términos. Las inversiones a gran escala en infraestructura, los esfuerzos concientes para mejorar las divisiones de clases, la economía basada en productividad, y el mantenimiento deliberado de niveles de salarios altos y un rígido mercado laboral para estimular la innovación tecnológica, son objetivamente políticas públicas superiores desde el punto de vista de la productividad económica.

Incluso si también desestimamos esta objeción, un libertarismo “perfecto” requiere prevenir que las clases inferiores obtengan el poder del Estado, presumiblemente a través de algún tipo de autoritarismo hiperactivo a la manera de Pinochet. Por otra parte, el deseo capitalista de mano de obra barata a corto plazo inevitablemente conduciría a la sustitución de trabajadores calificados por ilotas de baja inteligencia que degradarían el rendimiento económico general mientras aumentan las obligaciones sociales. Una sociedad de pura “libertad” inevitablemente se convierte en una jerarquía rígida que requiere negarle a vastos sectores de la población una salida política con el fin de mantener el sistema. No es ninguna sorpresa que la facción del movimiento conservador estadounidense por la apertura de las fronteras responda a esta objeción sólo deseando que no existiera, simplemente postulando que los trabajadores latinos de bajo coeficiente intelectual repentinamente se transformarán en WASP´s en el transcurso de una generación.

Lo que pasa es que la raza se impone incluso en sociedades nominalmente economicistas. Incluso si excluyes a los no-blancos de bajo coeficiente intelectual de tener una voz política, incluso si despojas cualquier consideración sobre raza o cultura de las políticas públicas, la raza se impondrá en patrones de vivienda, relaciones de negocios, y comportamiento de los consumidores bajo la superficie incluso en un puro libertarismo.  Sin leyes de derechos civiles y la burocracia estatal igualitaria, una sociedad libertaria sería indudablemente una sociedad más abiertamente racialista, a pesar de sus principios individualistas. La razón es simple – los hombres no son aportes económicos. No son autómatas reemplazables, e igualmente todos son capaces de un cierto nivel de producción económica. Las teorías económicas que no consideran cultura, historia, tradición y la realidad biológica de la raza, simplemente no funcionan. Que se diga claramente – incluso en términos puramente económicos, el socialismo en Suecia supera al capitalismo en Haití, todas las veces.

Una vez que cualquier principio fundacional renuncia a la explícita identificación de la raza, contiene la semilla de su propia destrucción. La religión desarraigada, creencias cívicas abstractas, o el economismo arrogante se devoran a sí mismos dentro de generaciones, privándose activamente de sus propias circunscripciones. El suicidio colectivo es casi una aprobación de cualquiera de estas teorías.

En contraste, la raza, por sí misma, provee suficiente orientación. El desarrollo ascendente de la raza debe ser el principio organizacional del Estado porque contiene un núcleo no-negociable de continuidad con la flexibilidad táctica necesaria para responder a las cambiantes circunstancias. Da coherencia a las políticas estatales de largo plazo a través de toda una gama de cuestiones.

Tome algo tan aparentemente no-racial como el transporte. Obviamente, la política de transporte estadounidense es irremediablemente confusa por la necesidad de viajar diariamente para evitar vivir en barrios negros de alta criminalidad, la inhabilidad de los no-blancos de abstenerse de causar caos y crimen en el sistema de transporte público, y el requisito multicultural para dar empleos del gobierno a minorías [12] incompetentes, lo que resulta en accidentes mortales.

Sin embargo, en una República Blanca, la raza aún podría orientar las políticas incluso si no tuviésemos que tratar con extranjeros raciales. Una política de transporte popular buscaría integrar el transporte dentro del marco de una sociedad orgánica. Trabajaría por reducir el estrés y conflicto entre miembros de la comunidad racial. Priorizaría inversiones estatales para reducir el costo de trabajadores que necesitan llegar a sus trabajos, lo que aumentaría la productividad económica general en beneficio de todos. Incorporaría preocupaciones estéticas, medioambientales e incluso psicológicas, por lo que algo tan mundano como llegar del punto A al punto B no sería un caso de tensión y rabia, sino que algo que cree unidad blanca común. Por supuesto, Amanecer Dorado en Grecia dio un pequeño paso en esta dirección mediante la ocupación de cabinas de peaje de propiedad privada, rechazando a la fuerza la idea de que las personas de la nación son recursos para ser cosechados para el beneficio privado.

La raza ofrece claridad. En el servicio de salud, las políticas públicas tienen por objeto asegurar la calidad de vida y dignidad de la comunidad racial, en lugar de intentar racionar la asistencia o proteger al establishment médico. En política de población el objetivo es mejorar constantemente el capital racial, creando gente más saludable, más inteligente, más atractiva, creando una serie de beneficios en cascada en múltiples otros temas. En Derecho de Familia, rompemos las políticas que sitúan a hombres contra mujeres y alientan argumentos legalistas sobre propiedad. En cambio, concientemente buscamos políticas que permitan familias fuertes, permanentes, con un padre y una madre deliberadamente preparados para criar gran número de niños legítimos que estén conectados con su herencia y tradiciones. En lugar de políticas públicas guiadas por ilusiones, tangentes irrelevantes, o reclamaciones competitivas sobre derechos imaginarios, está la coherencia absoluta.

El objetivo de cualquier política pública en cualquier campo es la supervivencia y el mejoramiento de la Voklgemeinschaft – la orgánica comunidad radical que trasciende a las clases. En diferentes momentos y bajo diferentes circunstancias las políticas pueden cambiar, y el propósito permanece.

Actualmente, la discusión sobre políticas públicas, especialmente en la Derecha, se caracteriza por una extraña impotencia. En materia de inmigración por ejemplo, incluso los conservadores ideológicos con valores por encima de la mano de obra barata parecen resignados a que sus “principios” los fuercen a aprobar su propio despojo. La Nueva Derecha Norteamericana tiene que proclamar que cualquier moral que ordene el suicidio, individual o colectivo, debe ser destruida. La moral existe para facilitar nuestro desarrollo, no para paralizarnos. La moral es un desarrollo secundario, una derivación, no una causa.

La ley suprema es el desarrollo ascendente y la supervivencia, la ley de la cual credos, códigos, e incluso dioses deben derivar. Nuestra gente primero – Eigen Volk Eerst como dice el Vaams Belang – no es sólo un grito político populista. Es una guía para las políticas públicas, un marco del Estado, el primer mandamiento moral.