Pensamientos sobre la educación liberal

Hendrik_ter_Brugghen_-_Heraclitus [1]

Hendrick ter Brugghen, Heraclito, 1628

2,730 words

English original here [2]

Nota del editor:

Este es el texto de una charla que di el 15 de agosto de 1996, a una clase de educación adulta que yo llevaba adelante en Atlanta hace tiempo cuando estaba estudiando. Recuerdo que la lección original era más extensa, incluyendo discusiones sobre Rousseau, Kant, Schiller, y Hegel. Si aparece una cinta, la doblaré y pondré a disposición. 

¿Por qué nos reunimos como lo hacemos? Obviamente, no puedo responder a esta pregunta en nombre de todos nosotros, pero sin embargo, sospecho que al responder, hablo por más que yo mismo.

Estamos aquí, estamos dedicados a la educación liberal, con un enfoque casi exclusivo en la más liberal de las artes liberales: la filosofía. Pero, ¿qué es la educación liberal? ¿Y por qué nos atrae aquí una y otra vez? Pida a un alumno de la universidad de hoy, y la respuesta probable es que la educación liberal es la educación por los liberales. Pero la educación liberal no es liberal en ese sentido. De hecho, aunque la filosofía siempre ha sido parte de una educación liberal, todo gran filósofo antes de Marx, incluyendo aquellos considerados liberales clásicos, tendrían que ser considerados políticamente conservadores para los estándares actuales.

La educación liberal no es liberal en el sentido de oposición a lo conservador. La educación liberal es liberal en oposición a lo servil. La educación liberal es educación liberada y liberadora: es liberada, y libera, del yugo de la necesidad, específicamente las necesidades, las incitaciones, o impulsos físicos de nuestra naturaleza. La mayoría de nuestras vidas estamos dedicados a satisfacer tales impulsos, incitaciones y deseos. La actividad de satisfacer estos deseos es trabajo, y las artes que desplegamos para satisfacerlas son artes serviles o utilitarias.

Si las artes serviles pertenecen al mundo del trabajo, las artes liberales pertenecen al mundo del ocio, del juego. Si las artes serviles producen las necesidades de la vida, las artes liberales producen lujos; efectivamente, son lujos. Si las artes serviles son parte de la naturaleza económica, las artes liberales son parte de la economía de la cultura. Las artes serviles encarnan lo que puede ser llamado racionalidad técnica-instrumental, mientras que las artes liberales son disfrutadas como fines en sí mismos.

Las artes serviles son gobernadas por la lógica de la inversión, del gasto del dinero para hacer dinero; la medida de su utilidad es cuanto ahorran y cuanto producen; un desembolso exitoso no sólo circula de regreso a su fuente, regresa aumentada, trayendo más y más realidad a la economía de la necesidad – cada pequeño pescado regresa al hogar para engendrar; a razón de esto, las inversiones son caracterizadas como un movimiento horizontal de recirculación dentro del plano material.

Las artes liberales están gobernadas por lo que Georges Bataille llama la lógica del desembolso, de la inversión de riqueza material no por ganancia material, sino, por ganancia espiritual; el desembolso hace efectiva riqueza material por riqueza espiritual; debido a esto, el desembolso es caracterizado por un movimiento vertical de trascendencia, el movimiento de lo material a lo espiritual. Desde el punto de vista del desembolso, este movimiento trascendente es una ganancia, porque evalúa lo espiritual sobre lo material en la escala de valor jerárquico.[1]

Desde el punto de vista de la inversión, sin embargo, el desembolso no es trascendencia de lo material por lo espiritual, sino la hemorragia de lo material por… nada; es simplemente visto como pérdida y desperdicio. Bataille caracteriza los valores no-materiales a los cuales los valores materiales son subordinados como lo sagrado; los valores materiales subordinados son lo profano.[2]

Las artes liberales, por lo tanto, son parte de la economía no-material de lo sagrado; las artes serviles son parte de la economía material de lo profano. Lo sagrado, sin embargo, satisface alguna dimensión del ser humano; es en algún sentido necesario. Esto significa que tenemos que hacer distinción dentro del alma humana, y en este punto voy a recurrir a la distinción platónica entre razón, espíritu y deseo, siendo la razón la parte que responde a lo verdadero, el espíritu la parte que responde a lo hermoso y lo bueno, y el deseo la parte que responde a las necesidades de la vida; mientras que lo profano satisface los deseos del alma, podríamos decir que lo sagrado atiende las necesidades de las dimensiones racionales y espirituales del alma.

Juntando estos elementos, podemos ofrecer una definición preliminar de la educación liberal: la educación liberal es liberada y educación liberadora – en oposición a servil y utilitaria; pertenece al mundo del placer y del ocio – en oposición al mundo del trabajo; pertenece al mundo de la cultura – en oposición al mundo de la naturaleza; es dominada por la economía del desembolso – en oposición a la economía de la inversión; la educación liberal es uno de los lujos – en oposición a las necesidades – de la vida; pertenece al reino de lo sagrado – en oposición a lo profano; y porque pertenece al reino de lo sagrado, satisface las necesidades del espíritu y del intelecto.

Para este momento, espero que la educación liberal parezca deseable.  Pero ahora podemos insertar otra pregunta: ¿es buena? Y si es buena para el individuo, ¿es buena para la sociedad? Para responder estas preguntas, quiero dar un análisis vagamente “marxista” de los orígenes de la educación liberal. La distinción entre artes liberales y serviles está basada en la distinción de las clases de la antigua Grecia, la clase servil y la clase liberal. La clase liberal era la clase guerrero-aristocrática. La clase servil consistía en esclavos, granjeros y artesanos. Para entender los orígenes de la distinción entre la educación liberal y servil, tenemos que entender los orígenes de la distinción entre estas clases. Para hacerlo, debemos retornar a la escena primordial, el orden social original, y la lucha original, de la cual emergió la distinción entre maestro y esclavo. Tomemos a Platón y a Hegel como nuestros guías aquí.

En el segundo libro de La República, Platón nos ofrece la imagen de una sociedad igualitaria gobernada por el principio de la necesidad, la provisión de la comida, la ropa, y un techo; la sociedad es caracterizada por una propiedad comunal y la división del trabajo y especialización de oficio; tiene una economía del dinero y comercio exterior; tiene algunos asalariados, pero la mayoría son artesanos independientes; no hay gobierno y no hay estructura clasista, tampoco hay un ejército profesional; culturalmente, es algo primitiva, con una religión que puede ser caracterizada como mágica, dedicada a la procuración de clases económicas favorables, sus festivales y festines son determinados por las temporadas de cosecha. No hay artes reales, pero muchos oficios. Parecen ser vegetarianos.

Una vez que Sócrates termina de presentar esta imagen de una ciudad gobernada por la necesidad, el animoso Glaucón objeta, “Ud. parece hacer a estos hombres tener sus festines sin deleitarse”, y la llama “la ciudad de los cerdos”. A esto, Sócrates responde que Glaucón desea “una ciudad lujosa”, y luego Sócrates procede a describirla en una forma tal que es inconfundiblemente una aristocracia guerrera.

La ciudad lujosa es una ciudad cuyas necesidades están más allá de lo necesario. Es una economía centrada en la búsqueda de honor y gloria, no la satisfacción del deseo. Para satisfacer su lujuria por el honor, es una ciudad belicosa, con una distinguida casta de guerreros profesionales. Cuando estos guerreros no están peleando por honor, se esfuerzan para ganarlo por otros medios: el gasto profuso de riquezas de botín en lujos privados y monumentos públicos; la caza de animales salvajes, entre más peligrosos mejor; las competencias atléticas, como las Olimpíadas; la recolección de cosas hermosas e inútiles; y la cultivación de artes exquisitas, costumbres, y convenciones, entre más liberadas de la naturaleza, mejor, como el arte del amor cortesano, el cual medía su sublimidad por su lejanía con la consumación física, o la ceremonia del té japonesa, o el código peculiar del caballero inglés.

La ciudad lujosa es una donde los hombres comen de las mesas, se reclinan en los sillones, y duermen en camas cómodas; es una ciudad que requiere tales profesiones como el perfumista, pasteleros, pintores y costureros, esteticistas y peluqueros, nodrizas e institutrices, novios y cazadores, jardineros y cortesanos, criadores de cerdos y carniceros, doctores y nutricionistas, etc. Estas artes serviles, a diferencia de las de la ciudad anterior, existen sólo para producir lujos para los ricos, no las necesidades necesitadas por todos. Para expandir la clase servil, necesitamos más hombres serviles. Por lo tanto la ciudad lujosa añade esclavos a los rangos de los artesanos libres.

Es Hegel –y los Padres Fundadores- quienes nos ayudan a entender la creación de la clase esclava.  Los cínicos nunca se cansan de señalar la ironía de que la Declaración de la Independencia, la cual habla tan elocuentemente de la libertad y la igualdad, fue escrita y firmada por dueños de esclavos. Es suficiente decir que los dueños de esclavos no vieron tal ironía. ¿Por qué no? ¿Estaban simplemente ciegos por su propio interés? Una pista puede ser encontrada en la Declaración misma, donde los firmantes juran sus vidas, fortunas y sagrado honor a la lucha por la libertad. Al jurar esto, ellos estaban señalizando su voluntad de dejarlo todo por la causa de la libertad. Pero ellos no estaban dispuestos a abandonar su sagrado honor; efectivamente, porque ellos consideraron en lo alto su honor sagrado, no estaban dispuestos a abandonarlo – incluso para salvar sus vidas; y porque ellos preferían la muerte antes que el deshonor, ellos se pensaron a sí mismos dignos de ser hombres libres.

En cuanto a los hombres que estaban dispuestos a sacrificar su honor para salvar sus vidas y propiedades: estos hombres eran serviles; ellos no eran merecedores de la libertad. En pocas palabras, la mente aristocrática piensa que es legítimo que haya una clase libre y otra servil, porque hay hombres libres y hombres serviles. Los hombres libres prefieren la muerte antes que el deshonor. Los hombres serviles prefieren el deshonor a la muerte.

¿Pero cómo determinamos cuales hombres son cada uno? La famosa lucha de Hegel entre el amo y el esclavo en la Fenomenología del Espíritu describe el proceso. El proceso es un duelo a muerte por honor. Tales duelos son peleados con contingencia, pero si la contingencia sigue ciertos patrones, el resultado es una sociedad aristocrática-esclava. Primero, tiene que haber un claro ganador y un claro perdedor en la pelea. Segundo, el perdedor debe sobrevivir su derrota. Esto significa que el ganador debe elegir perdonarlo convirtiéndolo en esclavo. Esto también significa que los derrotados deben elegir no suicidarse. Es la elección de los derrotados, el preservar su vida a costa de su honor, aquello legitimaba su servidumbre en la mente del amo, y frecuentemente en su propia mente también. Es más, en la mente del amo, era su propia certeza de su preferencia a la muerte por sobre el deshonor que lo hacía sentir valioso de elevarse a sí mismo mientras reducía a los conquistados a simples herramientas para un mejor goce de su libertad.

Es la afirmación de Hegel que es el esclavo, trabajando para la glorificación del amo, quien crea el mundo histórico y cultural, la ciudad humana en oposición a la ciudad de cerdos; el amo, al buscar su propia glorificación, contribuye inintencionadamente a la glorificación de toda la humanidad. Efectivamente, la historia nos muestra que cada cultura avanzada practicó la esclavitud, que el alto arte fue creado por hombres serviles bajo patronazgo aristocrático, y que el pensamiento filosófico en sí mismo es la profesión más noble de todas porque es la más ociosa e inútil de todas.

Dado que la idea de educación liberal contra educación servil está fundada en la distinción social entre hombres serviles y libres, ¿cómo puede la educación liberal ser legítima en una sociedad democrática igualitaria que niega la legitimidad de tal jerarquía social? La respuesta de la mayoría de los educadores liberales de hoy es, desafortunadamente: no puede. La educación liberal no puede ser legitimada en una sociedad igualitaria. La distinción entre alta cultura y baja cultura, altas artes y bajas artes, libertad y necesidad, cultura y naturaleza, sagrado y profano, debe ser colapsada.

¿A qué colapsa? La educación vocacional, científica y tecnológica florece, y los departamentos de humanidades, habiendo sido sujetos de la purga igualitaria de toda la cultura elitista, parecen estar dividiéndose a sí mismos en departamentos de estudios de cultura pop y departamentos de revolución permanente: estudios de género, estudios étnicos, teoría queer, etc., tanques de queja dedicados permanentemente a la campaña política – y lugares de desecho para los de otra forma inutilizables símbolos de la ‘acción afirmativa’. La educación liberal se vuelve, en pocas palabras, educación por liberales –racial, étnica, y sexualmente diversos, para estar seguros – mientras que sean liberales. Su contenido se vuelve progresivamente más delgado después del repetido esfuerzo a través de la malla uniforme que forma las categorías a priori de la mente liberal.

¿El resultado? Para apreciar los peligros de una educación creciente y acomodada a la cultura popular, tenemos que hacer la distinción entre instituciones orientadas hacia el consumidor y hacia lo que podemos llamar instituciones de construcción ética o de carácter. Las instituciones de consumo proveen las siguientes preferencias – en términos Heideggerianos, el Geworfenheit y el Befindlichkeit – del individuo, no importa que tan tonto, inmaduro, vano o vulgar pueda él ser. De acuerdo a la ética del consumo, el individuo se encuentra a sí mismo con un cierto grupo de intereses y preferencias, y luego sale al mundo para satisfacerlas. Si él camina hacia una tienda y encuentra sus preferencias dadas satisfechas, el comprará; si no, el buscará en otro lugar.

Las instituciones éticas son diferentes en el sentido de que no sirven a las preferencias dadas del individuo; ellas no se acomodan a sí mismas al individuo, ellas acomodan al individuo a la institución. ¿Por qué cualquiera soportaría esto? Porque los individuos tienen tanto la capacidad como la necesidad de crecer, de madurar y profundizar sus preferencias y caracteres, y las instituciones que forman carácter ofrecen la oportunidad y los incentivos de aprender de aquellos que son más viejos y sabios, y aquellos que han estado en nuestros zapatos, y que han crecido más allá de ellos, quienes saben cómo ayudarnos, y quienes tienen la autoridad necesaria para tirarnos y empujarnos a través de situaciones difíciles, cuando, abandonados a consultar nuestras propias preferencias, nosotros simplemente nos rendiríamos.

De acuerdo con Hegel, tales instituciones como el matrimonio, la vida familiar, el trabajo productivo, la educación, el servicio militar, y otras formas de servicio civil son instituciones éticas paradigmáticas. El problema que la educación comparte con el matrimonio, la familia, el lugar de trabajo, y el ejército en la sociedad de hoy son las demandas individualistas e igualitarias de transformarlas de instituciones éticas a consumistas, sin importar que tan inmaduras e innobles sean estas preferencias.

El énfasis en la cultura popular es sintomático de esta tendencia. La cultura popular, a diferencia de la alta cultura, no requiere cultivación o gusto alguno para disfrutarla. Sirve a nuestras preferencias. No tenemos que trabajar para disfrutarla. Efectivamente, la cultura popular es mejor llamada cultura del consumo, porque es creada principalmente para el consumo masivo, y lleva todas las marcas de producción masiva, tales como obsolescencia y cursilería. La educación de consumo entonces sirve no para liberar a la mente del deseo, de la naturaleza y la necesidad, de lo vulgar y la rutina diaria; la educación de consumo sirve para atraparnos más y más, al atacar las instituciones y convenciones que subliman el deseo hacia algo superior.

Si lo que es distintivamente humano de nosotros es nuestra capacidad de crear y participar en la cultura de la razón y del espíritu, entonces tenemos que decir que la educación moderna, al inclinarse hacia la abolición de la alta cultura a favor de la cultura popular del deseo, tiende hacia la abolición de lo que es distintivamente humano. Entonces la pregunta es: “¿Es la educación liberal una cosa buena?” realmente se reduce a la pregunta: “¿Es ser humano una cosa buena – o puede estar alegre de tan solo ser meramente animales ingeniosos?” toda la tendencia de la educación moderna, y de la vida moderna en general, es engranada hacia reducirnos a animales astutos, esclavos, hambrientos, amantes de la seguridad, adversos al peligro y sin heroísmo alguno. Demasiados están contentos con ello. Pero nosotros no. Es por eso que nos reunimos como lo hacemos.

Notas

[1] En este contexto, tiene sentido hablar en términos de un movimiento de lo material a lo espiritual; para Bataille, es más precisamente considerado un movimiento de lo profano a lo sagrado y lo profano puede muy bien ser espiritual, como lo sagrado puede ser material

[2] Bataille deja abierta la posibilidad de que los valores no materiales sagrados pueden convertirse en rutina y por lo tanto profanos, lo que permite a sus negaciones materiales asumir el papel de lo sagrado. Esto podría ser un buen comienzo para una definición de la decadencia cultural.