¿Por qué leer a Hegel? Notas sobre el “fin de la historia”

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Traducido por Synchronistic Child

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770–1831) ha ejercido una influencia tremenda en el mundo moderno, no solo en la historia de las ideas, sino también en el ámbito de lo político. Lo enorme de la influencia de Hegel se evidencia en que sin él no habría Marx; sin Marx, no habría Lenin, Mao, Castro ni Pol Pot. Basta con reflexionar un momento sobre el impacto que el comunismo ha tenido en el mundo moderno, incluso en los países no comunistas, cuyas políticas fueron profundamente motivadas por el deseo de derrotar al comunismo.

El comunismo es, sin duda, la innovación política más importante, influyente, y también la más mortífera del siglo XX, y Hegel, antes que Marx, estableció algunas de sus bases intelectuales. Sin embargo, es necesario aclarar que Hegel hubiera rechazado el marxismo y por lo tanto no se le puede hacer responsable por las mentes de segundo rango sujetas a su influencia. Además, no todos los aspectos de su legado político y cultural son tan negativos. Y adecuadamente entendido, Hegel podría ejercer una influencia inmensamente positiva en la cultura y política modernas.

Desde un punto de vista superficial, Hegel no tuvo una vida particularmente interesante. Nació en 1770 en Stuttgart, hijo de una educada familia de clase media de abogados, funcionarios públicos y pastores luteranos. Hegel comenzó su edcación en la Universidad de Tübingen como seminarista. Compartió habitaciones con Friedrich Wilhelm Joseph Schelling y Friederich Hölderlin, que también hicieron enormes contribuciones a la filosofía y letras alemanas. Habiendo completado el equivalente a un doctorado en filosofía, ocupó una serie de puestos de tutoría, colaboró con un par de diarios, heredó y gastó su patrimonio, y se halló en la quiebra llegando a sus treinta años.

La salvación le llegó de la mano de un contrato por un libro con un saludable adelanto, pero también con una pena draconiana por incurrir en demoras. Hegel comenzó a escribir… y escribir… y escribir. Se desvió del esquema inicial del libro, cada capítulo se hacía más largo que el anterior y Hegel se encontró peligrosamente cerca de su fecha límite, escribiendo fervorosamente para acabar su trabajo, cuando afuera en la ciudad dónde residía, Napoleón combatió y derrotó al ejército prusiano en la Batalla de Jena. En medio del caos, mientras las tropas Francesas ocupaban la ciudad, Hegel arropó la única copia que tenía de su manuscrito y lo puso en el correo. La copia llegó al editor, y al año siguiente, en 1807, fue publicado el trabajo más celebrado de Hegel, Fenomenología del espíritu.

Fenomenología del espíritu es uno de los trabajos clásicos del idealismo alemán, famoso por lo prolijo, disperso, tortuoso y descabelladamente oscuro de sus más de quinientas páginas. Mi ejemplar está lleno de abolladuras de todas las veces que lo arrojé contra la pared o contra el suelo en medio de un ataque de frustración. Hegel es, sin duda alguna, el peor estilista de la historia de la filosofía. A diferencia de Kant, que podía escribir bien cuando quería pero prefería no hacerlo, Hegel no habría podido escribir una oración clara aunque su vida dependiera de ello. Según Heinrich Heine, se dice que Hegel, mientras yacía en su lecho de muerte, susurró “solo un hombre me ha entendido”. Pero unos minutos más tarde, agregó quejumbrosamente “y ni siquiera él me entendió”. Nunca tanto ha sido tan malentendido por tantos.

Fenomenología del espíritu sentó las bases del sistema filosófico, la reputación y la carrera académica de Hegel, pero tuvieron que pasar diez años hasta que obtuvo un cargo académico. Enseñó, escribió y publicó por el resto de su vida, hasta que murió en 1831. Al llegar a este punto de la narración de la vida de cualquier otro autor, concluiría diciendo “y el resto es historia”. Pero en el caso de Hegel, las cosas no son tan simples.

Fenomenología del espíritu

Es difícil enetender por qué alguien podría interesarse en la formidablemente difícil tarea de leer Fenomenología del espíritu. Pero es que si Hegel tiene razón, la historia llega a su fin una vez su libro ha sido escrito. Específicamente, Hegel sostuvo que la batalla de Jena traería el fin de la historia mundial en el ámbito de lo concreto porque era el punto de inflexión en la batalla entre los principios de la Revolución Francesa– libertad, igualdad, fraternidad, secularismo y progreso– y los principios del absolutismo tradicional, la llamada alianza del trono y el altar.

Napoleón era, para Hegel, el “Espíritu del mundo” (Weltgeist) encarnado, sobre un caballo. Napoleón, sin embargo, no entendió el sentido de su existencia. Pero Hegel sí. Y cuando Hegel entendió el significado histórico mundial de los principios de la Revolución Francesa y su avatar militar, Napoleón, y lo escribió en la Fenomenología del espíritu, creyó que el propósito subyacente de la historia había sido realizado. Así como Cristo era la encarnación del logos divino, el mundo histórico provocado —al igual que su libro— por por la Revolución Francesa sería la encarnación del logos de la historia humana, y Hegel y Napoleón jugarían el rol del Espíritu Santo, mediando entre los dos, haciendo el ideal (el concepto) concreto.

Ahora bien, a primera vista –y quizás también después de un segundo vistazo– todo esto puede parecer bastante desquiciado. Y la locura no termina aquí. Pero puede que el lector llegue a encontrar, tal como me sucedió a mi, cierto método y hasta una lógica en estas afirmaciones que inicialmente parecen tan desquiciadas. Hegel y Alexandre Kojève, su expositor más carismático y entendible, son capaces de causar una extraña fascinación que espero lograr transmitir al lector. Si los dos estaban locos, espero poder convencerte, apreciado lector, de que sufrían una especie de locura divina.

¿Qué es la “Historia”?

La principal razón para leer a Hegel es su capacidad de transmitir una profunda comprensión de la filosofía de la historia y la cultura. ¿Pero a qué se refiere Hegel con “historia”? Si la historia es algo que puede llegar a su final debido a una pelea y a un libro, entonces lo cierto es que Hegel parece haber tenido en mente una muy específica —y muy peculiar— concepción de la historia en mente.

La historia, para Hegel, es la historia de las ideas fundamentales, de las interpretaciones básicas de la existencia humana, de la humanidad y nuestro lugar en el cosmos; “horizontes” básicos o “visiones del mundo”. La historia para Hegel es equivalente a lo que Heidegger llamó “La Historia del Ser”, entendiéndose por “Ser” a las cosmovisiones fundamentales y hegemónicas. En aras de la uniformidad, diré que la historia hegeliana es la historia de las “interpretaciones fundamentales de la existencia humana”. Lo que llamamos filosofías son equivalentes a estas interpretaciones, pero explícitamente articuladas en términos abstractos.

Sin embargo, sería un error pensar estas interpretaciones fundamentales de la existencia humana exclusivamente como posturas filosóficas abstractas. Estas también pueden encontrarse en articulaciones menos abstractas como los mitos, la religión, la poseía y la literatura. Y también pueden ser concretamente encarnadas: en el arte y la arquitectura y todas las otras producciones culturales, como también en las prácticas e instituciones políticas y sociales.

Efectivamente, Hegel sostiene que estas interpretaciones fundamentales de la existencia se manifiestan mayoritariamente en formas concretas, más que abstractas. Se manifiestan como presupuestos “tácitos” integrados en el lenguaje, el mito, la religión, las costumbres, etc. Aunque pueden ser articuladas al menos en parte, no necesitan serlo y pocas veces lo son del todo. Estas interpretaciones fundamentales de la existencia son lo que Nietzsche llama “horizontes”: actitudes y valores mudos, inarticulados, irreflexivos que constituyen los parámetros vinculantes y la fuerza vital de una cultura.

La historia para Hegel también incluye hechos y eventos históricos más concretos y mundanos, pero sólo en la medida que estos encarnen interpretaciones fundamentales de la existencia humana; y hay pocas cosas en el mundo que no encarnen tales interpretaciones. Incluso las estrellas, que parecieran estar en el ámbito de las ciencias naturales y la historia natural, entran en la historia humana y el mundo humano en la medida que son interpretadas desde el punto de vista de la Tierra, y a través de los lentes de diferentes mitos y culturas, como constelaciones, augurios, o incluso dioses. De hecho, debido a que todas las ciencias son en sí mismas actividades humanas, y las ciencias interpretan toda la naturaleza, toda la naturaleza cae dentro del mundo humano.

El “mundo humano”: idea, espíritu

He estado utilizando la expresión “el mundo humano”. ¿Pero qué significa esta expresión? El mundo humano significa el mundo de la naturaleza interpretado por la razón humana y transformado por el trabajo humano. El mundo humano nace cuando los hombres se apropian de la naturaleza, cuando la hacemos nuestra al darle sentido y/o al transformarla a través del trabajo, integrándola así en la telaraña de asuntos humanos, propósitos humanos y proyectos humanos.

Este proceso puede ser bastante simple. Una piedra en la calzada es simplemente un trozo de naturaleza. Pero puede ser traída al mundo humano al dotarla de un propósito. Uno puede usarla como pisapapeles; o como ejemplo en una clase. Al hacer esto, nos apropiamos de la piedra elevándola fuera del mundo natural, donde no tenía propósito ni significado, y trayéndola al mundo humano, donde tiene propósito y significado.

El principal interés de Hegel como filósofo es el mundo humano. Sin embargo, Hegel es conocido como un “idealista”. Generalmente se considera que el idealismo es una tesis según la cual el mundo está compuesto de “sustancia ideal”. Y se supone que la “sustancia ideal” es algo fantasmal, numinoso, inmaterial, mental. ¿Significa esto que Hegel sostenía que el mundo humano era de una manera u otra numinoso y abstracto?

No, Hegel no es ese tipo de idealista. Hegel tiene una manera muy peculiar de usar la palabra “idea” (Idee). Cuando Hegel habla de “ideas” fantasmales, inmateriales, abstractas y mentales utiliza la palabra alemana “Begriff”, la cual es bien traducida por “concepto”. Y los conceptos son distintos de las ideas, aunque guarden relación con ellas. La manera en que Hegel entiende cómo los conceptos y las ideas se relacionan y lo que los hace distintos, puede ser expresada en la siguiente ecuación:

Concepto + Concreto = Idea

Para Hegel las ideas no son abstractas y numinosas, porque la Idea hegeliana está compuesta de realidad sólida y concreta interpretada, trabajada e incluso transformada a la luz de los conceptos. O formulada a la inversa, la Idea hegeliana consiste de conceptos que han sido concretamente realizados en la realidad, ya sea desplegando conceptos meramente para interpretar la realidad o como esquemas para transformarla. La Idea hegeliana es idéntica al mundo humano, y el mundo humano es el mundo de los objetos naturales concretos interpretados y transformados por seres humanos.

Otro término que Hegel utiliza como equivalente a la Idea es “Espíritu”. De nuevo, esta palabra tiene una connotación abstracta y numinosa, pero no para Hegel. Para Hegel, el Espíritu y las Ideas pueden ser tan sólidos y concretos como una roca, siempre y cuando la roca haya sido transformada a la luz de los conceptos humanos. Así, la roca/pisapapeles antes mencionada es un trozo de Espíritu, un trozo de Idea. Sin embargo, la historia no es propiamente la historia de los conceptos mundanos, de las Ideas mundanas, y los modestos trozos de Espíritu como los pisapapeles. La historia es la historia de los conceptos fundamentales, de las Ideas fundamentales: interpretaciones fundamentales de la existencia humana, ya sean abstractamente articuladas o concretamente encarnadas.

Para resumir:

El Mundo Humano = Espíritu = Idea = Conceptos + Concretos

La historia como dialéctica

Hegel afirma que todas las interpretaciones fundamentales de la existencia humana que caen dentro de la historia son interpretaciones parciales e inadecuadas, relativas al tiempo, al lugar y a la cultura. Esta es la postura conocida como “historicismo”; es la fuente de la común aseveración de que una persona o una producción cultural es una criatura o producto de una cultura y tiempo particulares.

Debido a que hay una pluralidad de distintos y diferentes lugares, tiempos y culturas, hay también una pluralidad de distintas y diferentes interpretaciones fundamentales de la existencia humana. La existencia de una pluralidad de diferentes interpretaciones de la existencia humana en la superficie finita del globo terráqueo significa que más tarde o más temprano estas diferentes interpretaciones y las culturas que las concretizan entrarán en contacto, e inevitablemente, se generarán conflictos entre ellas.

La historia es el registro de estas confrontaciones y conflictos entre diferentes visiones del mundo. Por lo tanto, se sigue que la estructura lógica de la historia es idéntica a la estructura lógica del conflicto entre las diferentes visiones del mundo. La estructura lógica de los conflictos entre las diferentes maneras del ver el mundo se llama “dialéctica”. La historia, por lo tanto, tiene una estructura dialéctica.

La dialéctica es la lógica de la conversación. Es el proceso a través del cual las perspectivas parciales e inadecuadas trabajan para lograr la comunicación y el entendimiento mutuo, creando así una perspectiva más amplia, más abarcadora y adecuada.

La dialéctica es el proceso por el cual diferentes perspectivas individuales o culturales, con todas sus idiosincrasias, abren camino hacia una perspectiva común más abarcadora.

La dialéctica es el proceso en el que los horizontes culturales en gran medida tácitos –mito, religión, idioma, instituciones, tradiciones, costumbres, prejuicios– son progresivamente articulados y criticados, dejando de lado lo irracional, idiosincrático, parroquial y adventicio en favor de lo universal, racional y completamente autoconsciente.

Lo que impulsa este proceso es la búsqueda de una interpretación de la existencia humana que sea adecuada a nuestra naturaleza. Es la búsqueda de un verdadero entendimiento de la existencia humana. Y esto presupone que los seres humanos tienen una necesidad fundamental de alcanzar un entendimiento correcto de ellos mismos y su mundo, una necesidad que impulsa a la dialéctica.

Ahora bien, dado que las interpretaciones fundamentales de la existencia humana toman la forma no solo de teorías abstractas, sino de instituciones, prácticas, culturas y formas de vida concretas, la dialéctica entre estas visiones del mundo no es llevada a cabo solamente en seminarios, simposios y cafés. También se lleva a cabo en el ámbito de lo concreto a través de las luchas entre partidos políticos, grupos de interés, instituciones, clases sociales, generaciones, culturas, formas de gobierno y estilos de vida, en tanto que todas ellas encarnan diferentes concepciones de la existencia humana. La lucha se desarrolla en forma de rivalidades pacíficas y evolución social –y de guerras sangrientas y revoluciones– y en forma de conquistas y aniquilación o asimilación de una cultura por otra.

Idea Absoluta, Espíritu Absoluto, y el final de la historia

Si todas las interpretaciones fundamentales de la existencia humana en la historia son parciales, inadecuadas y relativas a un tiempo y cultura particular, esto implica que si en algún momento llegásemos a una interpretación fundamental de la existencia humana que fuese comprehensiva y verdadera, entonces de alguna manera habríamos salido de la historia. Si la historia es la historia de la lucha entre las ideologías fundamentales, entonces la historia termina cuando todos los conflictos fundamentales han sido resueltos.

En el ámbito de lo abstracto, el ámbito de los conceptos, el final de la historia surge cuando se articula una interpretación final, verdadera e integral de la existencia humana. Esta interpretación, a diferencia de todas las otras anteriores a ella, no es una verdad parcial o relativa, sino la Verdad Absoluta, el Concepto Absoluto. Es importante notar que la Verdad Absoluta, a diferencia de todas las anteriores verdades parciales y relativas, sí logra una forma integralmente articulada; no es meramente un horizonte cultural tácito y desarticulado; es un sistema de ideas completamente articulado que tabarca el todo.

Sin embargo, el hecho de que la verdad absoluta esté plenamente articulada en términos abstractos, no implica que exista únicamente en el ámbito de lo abstracto. El Concepto Absoluto es también realizado en el ámbito de lo concreto. En el ámbito de lo concreto, la Verdad Absoluta es realizada al final de la historia en forma de una civilización mundial universal y homogénea en todos los aspectos importantes.

Esto no implica necesariamente un gobierno mundial. Pueden existir naciones distintas, pero siempre y cuando su existencia carezca fundamentalmente de importancia. Porque en todas las cosas importantes —es decir, en todos los asuntos relacionados con la correcta interpretación de la naturaleza humana y nuestro lugar en el mundo— reina la uniformidad. Hegel llama al mundo post-histórico en el cual la Verdad Absoluta es concretamente realizada “Idea Absoluta” y “Espíritu Absoluto”.

Hegel no sostiene que la Idea Absoluta y el Espíritu Absoluto sean meras posibilidades, especulaciones de una mente ágil y tal vez afiebrada. Él sostiene que existen en el aquí y el ahora. La Verdad Absoluta se encuentra —¿dónde más?— en los escritos de Hegel. Específicamente, se encuentra en su Enciclopedia de las ciencias filosóficas. La fenomenología del espíritu es solo una escalera que lleva a la Verdad Absoluta, comprobando lo que es y cómo debe ser, pero sin dar especificaciones. Y como hemos visto, Hegel sostiene que la historia ideológica llega a su final con los ideales de la Revolución Francesa, los derechos universales del hombre —libertad, igualdad y fraternidad— secularismo y progreso científico y tecnológico.

No se puede insistir lo suficiente en los caracteres fundamentalmente científicos y tecnológicos del Espíritu/Idea Absoluto. Un trozo particular de Idea/Espíritu equivale a un trozo de naturaleza, de realidad dada, transformada por el discurso y/o trabajo humanos. Por lo tanto la Idea/Espíritu Absoluto equivale a la totalidad de la naturaleza transformada por el discurso y trabajo humanos, es decir, por la ciencia y la tecnología.

Ahora bien, esto no quiere decir que el Espíritu Absoluto solo nace después de que el universo entero ha sido científicamente entendido y tecnológicamente apropiado y transformado, puesto que esta es una tarea infinita. Más bien, el Espíritu Absoluto llega a existir al establecerse la tarea infinita de entender y transformar la naturaleza; el Espíritu Absoluto es una forma de enmarcar la naturaleza como, en principio, infinitamente inteligible por la ciencia e infinitamente maleable por la tecnología. Todas las limitaciones encontradas en el despliegue de esta tarea infinita son abordadas meramente como impedimentos temporales que pueden siempre, en principio, ser superados por una mejor ciencia y una mejor tecnología. Hegel, como todos los otros grandes filósofos de la modernidad, es un buen baconiano.

El final de la historia no significa el final de la historia en el sentido más mundano. El diario seguirá saliendo por las mañanas, pero se parecerá más al Atlanta Journal que al New York Times: una tribuna para el chismorreo en la aldea global, haciendo noticia de los miles de millones de gatitos que no se atrven a bajar de los árboles, matrimonios, funerales, ventas de garaje y reuniones de iglesia, repleto de incontables cupones de descuento para pizza a domicilio. Hemos de recordar que el final de la historia significa el final de la historia ideológica. Significa que no es posible ninguna innovación ideológica y política, que ya no hay causas por las que vale la pena matar o morir, que nos entendemos a nosotros mismos completamente.

El final de la historia es el sueño de un tecnócrata: una vez que los parámetros básicos intelectuales y políticos de la existencia humana han sido fijados de una vez por todas, podemos por fin dedicarnos al asunto de vivir la vida, a la tarea infinita del control y posesión de la naturaleza; al juego infinito hecho posible por una corriente infinita de juguetes nuevos.

La cuestión del historicismo

Suele decirse que Hegel sostiene que la naturaleza humana en sí misma es relativa a tiempos, lugares, y culturas particulares, y que a medida que cambia la historia, cambia también la naturaleza humana. Esto me suena falso. El hombre es por naturaleza un ser histórico, pero este hecho no es en sí mismo un hecho histórico. Es un hecho natural que hace posible la historia. Es natural en el sentido de que es una necesidad fija y permanente de nuestra naturaleza, la cual fundamenta y une los ámbitos de la acción, historia, y cultura humanas. Las diferentes interpretaciones de la naturaleza humana son relativas a diferentes épocas, lugares, y culturas; las diferentes visiones del mundo cambian y se suceden unas a las otras en el tiempo.

Verdad Absoluta = una verdadera auto-interpretación del hombre = una explicación final de la naturaleza humana. Si tal explicación no es posible, porque no existe una naturaleza humana inmutable, entonces Hegel nunca podría sostener que la historia llega a un final. Habrá meramente un progreso sin fin de auto-interpretaciones humanas meramente relativas, ninguna de las cuales puede afirmar ser más adecuada que otra, debido a que, por supuesto, no tienen nada a lo qué adecuarse. Para Hegel, el hombre adquiere conocimiento de su naturaleza a través de la historia. Pero no obtiene su naturaleza como tal a través de la historia.

Kojève

Hegel afirma que el final de la historia sería completamente satisfactorio para el hombre. ¿Pero lo es? Esto nos lleva a Alexandre Vladimirovich Kojevnikoff (1902-1968), conocido simplemente como “Kojève”. Kojève fue el más grande e influyente interpretador y defensor de la filosofía de la historia de Hegel. Su Introducción a la lectura de Hegel [3] tiene sus errores; tiene sus oscuridades, excentricidades y tics. Pero sigue siendo la más profunda, accesible y estimulante introducción a Hegel.

Irónicamente, al afirmar a Hegel clara y radicalmente, Kojève ha empujado a Hegel al punto de quiebre, forzándonos a confrontar la cuestión: ¿es el fin de la historia de Hegel realmente el fin de la historia? Y si lo es, ¿puede realmente afirmar ser completamente satisfactorio para el hombre?

Kojève nació en Moscú en 1902 en una familia burguesa adinerada, la cual, cuando los comunistas tomaron el poder en 1917, fue sujeta a las típicas indignidades de ese episodio histórico. Kojève tuvo que rebajarse a vender jabón en el mercado negro. Fue arrestado y de casualidad se salvó de morir a balazos. Paradójicamente, para el momento en que salió de la cárcel se había convertido en un comunista convencido, lo cual llevó a muchos a cuestrionar su salud mental. En 1919, abandonó Rusia con las joyas de la familia y las vendió en Berlín por una pequeña fortuna. (Podría decirse que era un comunista de limusina).

Estudió filosofía en Heidelberg con Karl Jaspers y escribió una disertación doctoral sobre Vladimir Solovieff, un filósofo y místico ruso. A finales de los años veinte se mudó a París. Su fortuna se desvaneció con la Gran Depresión, y quedó sometido a estrecheces económicas muy severas. Por suerte, durante los años veinte Kojève había conocido y forjado una amistad con Alexandre Koyré, un historiador de la filosofía y también emigrante ruso, quien arregló para que Kojève se hiciera cargo de su seminario sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel en el École pratique des hautes études.

Kojève dictó este seminario de 1933 a 1939. Aunque el seminario era muy pequeño, tuvo una tremenda influencia en la vida intelectual francesa, ya que entre sus estudiantes se encontraban académicos y filósofos eminentes como Jacques Lacan, Maurice Merleau-Ponty, Georges Bataille, Raymond Queneau, Raymond Aron, Gaston Fessard y Henri Corbin. A través de sus estudiantes Kojève influenció a Sartre, como también a la siguiente generación de prominentes pensadores franceses que son conocidos como “postmodernistas”, incluyendo a Foucault, Deleuze, Lyotard, y Derrida, todos los cuales sintieron necesario definir su posición como de acuerdo con, o en oposición al Hegel de Kojève.

Estoy convencido de que es imposible entender la particular vehemencia con la cual muchos postmodernistas franceses abusan de ciertos conceptos, tales como modernidad y metafísica, hasta que uno ve que estos se refieren en última instancia a la lectura que Kojève hace de Hegel. Y esto nos lleva a otra razón por la cual hay que leer a Hegel y a Kojève: su lectura es una herramienta ideal para entender el postmodernismo francés, una escuela de pensamiento tremendamente influyente. Efectivamente, hoy en día pareciera que en ciertas casas editoriales académicas, un tercio de todos los libros publicados tienen la palabra “postmoderno” o un término análogo en el título.

El seminario de Kojève llegó a su fin en 1939 con la irrupción de la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación Alemana, Kojève se unió a la resistencia francesa. O al menos eso dijo. Después de la guerra era difícil encontrar alguien que no afirmara haberse unido a la resistencia.

Luego de la guerra, Kojève no volvió al mundo académico. Uno de sus estudiantes de los años treinta, Robert Marjolin, le consiguió un trabajo en el Ministerio de Economía y Finanzas de Francia, donde trabajó hasta su muerte en 1968. A través de su cargo en el ministerio, Kojève ejerció tanta influencia como De Gaulle en la creación del orden económico europeo de la post-guerra. Fue el arquitecto del GATT y jugó un importante papel en el establecimiento de la Comunidad Económica Europea. También hizo predicciones muy lúcidas sobre ciertas tendencias políticas, culturales y económicas. Por ejemplo, en los años cincuenta Kojève ya estaba seguro de que Occidente ganaría la Guerra Fría. También ofrece un profundo diagnóstico de la lógica de la obsesión cultural contemporánea con la violencia y la crueldad sin sentido. Finalmente, a finales de los años cincuenta, vislumbró la lógica del poder en ascenso de Japón. Hasta su muerte en 1968, Kojève fue un confiable asesor de varios políticos franceses, la mayoría de derechas, todo mientras desconcertaba a sus amigos manteniendo que seguía siendo un ardiente estalinista. Incluso compró una casa en el Boulevard Stalingrad.

Kojève estaba plenamente convencido de que la historia había llegado a su final en 1806 con la batalla de Jena. En consecuencia, sostenía que desde entonces no había ocurrido ningún evento de fundamental importancia histórica: ni la Primera Guerra Mundial, ni la Segunda Guerra Mundial, ni las revoluciones chinas y rusas. Todas estas fueron, según Kojève, insignificantes riñas sobre la implementación de los principios de la Revolución Francesa. Kojève llegó a ver hasta a los nazis como el modo de la historia de llevar la democracia a la Alemania imperial.

Sin embargo, Kojève no estaba convencido de que el final de la historia significaría la completa satisfacción del hombre. De hecho, creyó que traería la abolición de la humanidad. Esto no significa que Kojève creía que los humanos se extinguirían. Simplemente estaba convencido de que lo que nos hace humanos, en oposición a lo que satisface a los animales, sería abolido al final de la historia.

Kojève sostenía que la capacidad de luchar por distintas interpretaciones fundamentales de la existencia humana, la lucha por el auto-entendimiento, es lo que nos separa de las bestias. Una vez acabada esta lucha, aquello que nos separaba de las bestias desaparece. El final de la historia dejaría satisfechas nuestras necesidades y deseos animales, pero no ofrecería nada que pueda satisfacer nuestros deseos particularmente humanos.

No obstante, Kojève no sostiene que todos se rebajarían al nivel de las bestias al final de la historia. Tradicionalmente, los seres humanos se han visto a sí mismos ocupando un espacio entre las bestias y los dioses. Cuando uno pierde su humanidad, puede hacerlo volviéndose una bestia o volviéndose un dios.

Kojève afirmó que la mayoría de los seres humanos al final de la historia serían reducidos a bestias. Pero algunos se volverían dioses. ¿Cómo? Haciéndose sabios. Al final de la historia, la correcta y final interpretación de la existencia humana, la Verdad Absoluta, ha sido articulada como un sistema científico por el mismo Hegel. Este sistema es la sabiduría que la filosofía ha buscado por más de 2.000 años.

La filosofía es la búsqueda de la sabiduría, no la posesión de la misma. Hegel, al poseer la sabiduría, deja de ser un filósofo y pasa a ser un hombre sabio. Al poner el punto final en la historia, Hegel también termina con la filosofía.

Un dios post-histórico toma cierta distancia crítica del final de la historia. No vive una vida post-histórica. Trata de entenderla: cómo llegamos aquí, que es lo que está pasando, y hacia dónde vamos; todas cosas que podemos aprender de Hegel y Kojève. Si la deshumanización es nuestro destino, al menos podemos intentar volvernos dioses, lo cual es razón suficiente para leer a Hegel.