El Factor Moral, Parte 1

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Félicien Rops, “Pornokratès,” 1878

2,361 words

Traducción por A. Garrido. Enlace original aquí [2]

Parte 1 de 2

“El hombre no lucha por la felicidad, sólo el inglés lo hace”. – Nietzsche

Las preguntas centrales de la metapolítica tratan sobre identidad, moralidad, y posibilidad.

Como Carl Schmitt sostiene, lo político está basado en la distinción entre ellos y nosotros. La pregunta sobre la identidad es: ¿Quiénes somos nosotros? Y: ¿Quiénes no somos? Específicamente, el Nacionalismo Blanco requiere una respuesta a la pregunta: ¿Quién es blanco? y ¿quién no lo es? 

La pregunta moral es: ¿Qué es lo correcto por hacer? ¿Es crear una patria blanca algo moral? Incluso si el Nacionalismo Blanco es políticamente significativo, la gente lo resistirá si piensan que es inmoral. Pero moverán cielo y tierra para establecer patrias blancas si piensan que es lo correcto por hacer.

Pero el idealismo moral no es suficiente. Ya que la política es el arte de lo posible. Así necesitamos saber no sólo que el Nacionalismo Blanco es moralmente correcto, sino que también es políticamente posible. ¿Es la global, multicultural y multirracial utopía ofrecida siquiera posible? ¿Es un mundo sin diferencias importantes – y en consecuencia sin enemistad – posible? Y, si ese mundo es una ilusión, ¿cuál es la alternativa? ¿Son posibles patrias étnicamente homogéneas? Y si lo son, ¿es posible para nuestro pueblo retomar el control de nuestro destino y establecer tales patrias?

Contra el Cinismo Político

Una de las más penetrantes actitudes metapolíticas es la que llamo cinismo político. Los cínicos políticos afirman que la moralidad es, de hecho, irrelevante para la política, significando que las consideraciones de correcto y equivocado no entran en la toma de decisiones políticas de parte de los gobernantes o de la gente que es gobernada. Desde este punto de vista, el poderoso hace leyes sólo sobre la base del propio interés, y el débil cumple sólo sobre la base del propio interés. La conducta política puede, en resumen, ser entendida solamente en términos de cálculos basados en zanahorias y garrotes, i.e., codicia y miedo.

El cinismo político implica que toda conversación sobre moralidad es sólo una máscara para motivos más sórdidos. Por ejemplo, la gente poderosa promueve el multiculturalismo porque es de su interés, y la gente sin poder consiente por el miedo a las consecuencias de su incumplimiento. Toda conversación sobre culpa blanca, los males del racismo, y el imperativo moral de los blancos de abrir paso a los no-blancos es sólo una decoración que no desempeña rol alguno en la toma de decisiones.

El cinismo político tiene implicancias prácticas. Si la moralidad es una tontería y la política se trata de dinero y poder, entonces deberíamos prescindir de argumentos morales y enfocarnos completamente en buscar dinero y poder. Estos puntos de vista llevan a algunos Nacionalistas Blancos a situar sus esperanzas en planes de inversión y electoralismo político. Otros, como La Orden, acumulaban armas y robaban camiones blindados. Pero la razón por la que han progresado poco no es sólo que el enemigo tenga más dinero y poder, sino que nuestro pueblo cree abrumadoramente que nuestra causa es injusta, lo que incrementa el alcance e intensidad de resistencia a nosotros.

Uno no puede negar el poder  de la codicia y el miedo en política. Ni puede uno negar que la política requiera dinero y poder. Lo que niego es que ellos sean los únicos factores, que la política pueda ser reducida a ellos, y también que la moralidad no sea un factor. El propósito de este ensayo es sostener que la moralidad – con lo que me refiero a lasopiniones de la gente sobre lo que es correcto y equivocado – es también un factor político. Más allá de eso, sostendré que la moralidad puede ser un factor decisivo y dominante, capaz de superar la cínica política de poder, de triunfar sobre la codicia y el miedo.

Sostendré, además, que a pesar que el Nacionalismo Blanco es ampliamente considerado inmoral, en realidad nuestra causa es buena y la causa del enemigo es mala. Además, tenemos los medios para persuadir a la gente de que el Nacionalismo Blanco – de hecho, etno-nacionalismo para todos – es noble y bueno. No podemos competir con el enemigo en términos de dinero y poder. Pero podemos competir moralmente. Si podemos persuadir a suficiente de la gente que posee armas y chequeras de que tenemos razón, podemos ganar. El cinismo político, entonces, es el disparate más rancio. Los cínicos nos instan a ignorar el factor moral – donde somos más fuertes y nuestro enemigo es débil – y centrarnos completamente en la política de poder – donde somos más débiles y nuestro enemigo es más fuerte.

Guardando las Apariencias

El primer problema con el cinismo político es que no explica todo sobre la política. Si uno piensa que la moralidad no desempeña ningún rol en la política – que la moralidad es solamente una cuestión de apariencias, en contraposición a la sórdida realidad de la política de poder – uno todavía necesita explicar las apariencias. Si la moralidad no desempeña ningún rol en la política, ¿por qué la gente insiste en pensar que sí? ¿Por qué los políticos sienten la necesidad de sacar a relucir argumentos morales? Si la moralidad es una farsa, ¿por qué está tan generalizada y es considerada tan importante?

Si la política tiene que ver con el poder en lugar de con la moralidad, ¿por qué las dictaduras, en que los individuos tienen poco o ningún poder político, dedican enormes gastos a educación y propaganda para convencer a la población de que su gobierno es fundamentalmente moral? Si la política es del todo sobre el poder, ¿no esperaría uno que los estados que tienen la mayoría del poder sobre sus poblaciones inviertan lo menos en propaganda moral?

Los cínicos no pueden sostener que las apelaciones a la moral son solamente residuos insignificantes del pasado, ya que eso implicaría que hubo un tiempo en que la moralidad sí importaba para la política. Pero si las consideraciones morales verdaderamente nunca importaron, ¿No habrían desaparecido hace mucho tiempo las apelaciones morales?

Además, incluso si no hay verdades morales, solo opiniones – incluso si la moralidad es sólo una cuestión de falsedades apasionadamente sostenidas – la opinión es la sangre vital de la política. Incluso los regímenes totalitarios reconocen esto, y por eso tratan de moldear la opinión pública. La política se reduciría a dinero y poder solo si todos pensasenque es así. La moralidad le importa a la política, simplemente porque la gente piensa que le importa.

La misma suerte de cinismo que descarta toda moralidad como mera falsedad podría, y a menudo lo hace, decir lo mismo sobre la religión. Incluso si uno piensa que una religión en particular es verdadera, uno debe lógicamente concluir que el resto son falsas. Incluso si uno piensa que todas las religiones son verdaderas en algún sentido tradicionalista, uno tiene conceder que sus diferencias exotéricas, doctrinales y devotas existen a nivel de opinión. Pero ya sea que uno piense que la religión es completamente una cuestión de opinión o sólo principalmente una cuestión de opinión, uno no puede negar que importa políticamente. Y si la religión – ya sea verdadera o falsa – importa a la política, entonces también la moralidad. De hecho, a pesar de que los sistemas morales racionales y seculares son posibles, la mayoría de los códigos morales existentes derivan de la revelación religiosa.

En resumen: si la moralidad no desempeña rol alguno en la política, los cínicos deben todavía explicar por qué las personas piensan que sí importa. Y si las personas piensanque la moralidad desempeña un rol en política, entonces desempeña un rol en política, porque la política es gran parte una cuestión de opinión. 

El Hombre Burgués y la Psicología Platónica

El segundo y más profundo problema con el cinismo político es que el modelo “amoral” de comportamiento humano que expone es en realidad producto de un código moral particular. El hombre no es “por naturaleza” una egoísta creatura calculadora movida por la codicia y el miedo. Ese es sólo el Hombre Burgués. El comportamiento burgués siempre ha sido posible para los seres humanos, pero no fue considerado normal, mucho menos ideal, hasta el surgimiento del liberalismo moderno.

Creo que podemos entender mejor al Hombre Burgués mirando hacia atrás a la República de Platón. En el núcleo de la República hay una sistemática analogía entre la estructura de la ciudad y la del alma individual. Sócrates analiza el alma en tres partes: razón, espíritu y deseo.

El deseo es dirigido hacia las necesidades de la vida: alimento, refugio, sexo, y sobre todo auto-preservación. Ya que compartimos estos deseos con otros animales, podemos llamarlos “comodidades materiales”.

El espíritu (thumos) no se refiere a algo etéreo o fantasmal. Es más parecido a “espíritu de equipo”. El civismo [Nota del Traductor: se ha optado por traducir la expresión “Spiritedness” como “civismo” sólo para utilizar una única palabra, no obstante, puede significar también “espíritu público”, “espíritu cívico”, “iniciativa pública”, u otras expresiones relacionadas con altruismo, voluntad y determinación] es “amar lo propio”, pero no es solamente egoísmo, ya que lo que uno considera como propio puede extenderse más allá de la propia persona y posesiones a la propia familia, la propia comunidad, la propia patria, la propia raza, etc. Un civismo particularmente ampliado puede conducir al individuo a sacrificar su vida para preservar un bien mayor con el que se identifica.

El civismo está muy conectado con el propio sentido del honor, que es ofendido cuando otros niegan nuestro valor o el de las cosas que amamos. Además, debido a que el civismo involucra una apasionada adhesión a lo propio y una disposición a pelear por su honor e intereses, es la base de la vida política. Como Carl Schmitt, Platón y Aristóteles creyeron que la política necesariamente implica la distinción entre nosotros y ellos y el potencial de la enemistad, que surge de la parte espiritosa del alma.

La Razón para Platón no es solamente una facultad calculadora o tecnológica moralmente-neutral, que delibera sobre los medios correctos para alcanzar algún fin determinado. La Razón es también una facultad moral que puede descubrir la naturaleza de lo bueno y establecer las metas apropiadas de la acción humana.

Conflicto y Orden en la Ciudad y en el Alma

Es posible que las diferentes partes del alma entren en conflicto unas con otras.

Deseo vs. Razón: En un día caluroso, los propios deseos podrían instar a beber una cerveza fría. Pero la propia Razón podría resistir la tentación porque uno tiene un problema con la bebida.

Deseo vs. Civismo: Uno podría resistir el deseo de beber porque ceder a la tentación es incompatible con el propio sentido del honor.

Razón vs. Civismo: Si uno es insultado por un hombre mucho más grande, el civismo podría desear pelear, pero la razón puede resistir sobre la base de que la victoria sería imposible o a un alto costo. (Si el valor tiene dos partes – civismo y razón – la discreción, i.e., Razón, es la mejor parte).

Si las diferentes partes del alma pueden entrar en conflicto, entonces hay tres tipos básicos de hombres – racionales, espirituosos, y deseantes – basados en qué parte del alma tienda a imponerse. Este es el sentido en que el alma es como la sociedad: puede ser jerárquica; diferentes partes pueden gobernar sobre las otras. La libertad más fundamental del hombre es su elección de amos. Podemos elegir ser gobernados por nuestra razón, nuestro civismo, o nuestros deseos.

En cuanto al individuo, una sociedad como un todo puede ser gobernada por sus partes racionales, espirituosas o deseantes.

En la República, Sócrates llama a la ciudad gobernada por la razón “kallipolis” – la buena o hermosa ciudad. Pero no tenemos nombre para una forma racional de gobierno, porque no existe (aún). Pero nos aproximamos a éste diseñando imparciales procedimientos deliberativos para tomar decisiones y crear y aplicar leyes.

Una sociedad gobernada por el Civismo es una aristocracia guerrera.

Una sociedad gobernada por el deseo es una oligarquía, si el poder está en manos de los ricos, y una democracia, si cae en manos de los pobres.

El Hombre Burgués y la Sociedad

Uso el término burgués para referirme al hombre oligarca y democrático por igual. El tipo burgués está gobernado por los deseos. Su civismo está constreñido al duro quid del amor-propio, o amor a la propia-imagen (vanidad), y sublimada a la competencia por el dinero y los símbolos de estatus que el dinero pueda comprar. Su razón es solamente una facultad técnica para calcular cómo perseguir placeres y evitar dolores. Sus deseos básicamente se condensan en codicia y miedo. Su más alto valor es una vida de comodidad y seguridad. Su mayor miedo es una muerte violenta.

El hombre burgués es la fuente del cinismo político, ya que elimina las consideraciones morales de la política y busca reducirla completamente a un cálculo de codicia y miedo. Pero eso en sí es una decisión moral: el rechazo de un modelo de buena vida por otro. El hombre burgués es en sí un tipo moral. Él piensa que la sociedad burguesa es fundamentalmente buena. Cuando es obligado a defenderla en términos morales, levanta su cabeza y chilla sobre nociones tales como los derechos individuales, la sacrosanta libertad del individuo, la igualdad moral y la dignidad del hombre. Luego pone su hocico de vuelta en las heces.

Si todos los hombres fueran burgueses, entonces la resistencia al sistema sería inútil, porque nadie es más fácil de gobernar que un hombre cuyo más alto valor es una larga y cómoda vida y cuyo mayor miedo es una muerte violenta. Si un hombre valora la riqueza más que al honor, la comunidad, o los principios, puede ser comprado. Si un hombre teme a la muerte más que a la esclavitud, puede ser esclavizado. De hecho, el hombre burgués no necesita ser apoderado violentamente y vendido a la esclavitud. Él se venderá a sí mismo a la esclavitud. El hombre burgués es un esclavo natural, ya sea que porte cadenas o un traje de tres piezas.